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Bethany Coburn, una trabajadora social y coordinadora del Centro de Apoyo para Estudiantes de la escuela primaria Oak Ridge, recibe un abrazo en grupo de los estudiantes.  Gabriel Salcedo/KQED
Bethany Coburn, una trabajadora social y coordinadora del Centro de Apoyo para Estudiantes de la escuela primaria Oak Ridge, recibe un abrazo en grupo de los estudiantes.  (Gabriel Salcedo/KQED)

Después de Años de Ayudar a Niños con Trauma, El Programa Particular a una Escuela se Enfrenta con La Incertidumbre

Después de Años de Ayudar a Niños con Trauma, El Programa Particular a una Escuela se Enfrenta con La Incertidumbre

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El salón 30 de Oak Ridge Elementary School en Sacramento está adornado de afiches de inspiración.

Juegos de mesa y útiles para las artes llenan los estantes. En un rincón hay una máquina de cinta rotativa para hacer ejercicio. A diario los estudiantes se suben a la máquina para controlar el nivel de estrés y dar enfoque a sus energías.

Al otro lado del salón está sentada Danielle Martin, la trabajadora social de la escuela. Esta mañana tiene sobre el escritorio una pila de expedientes estudiantiles y se prepara a hacer unas llamadas por teléfono a varias familias. Pero primero, enciende un pequeño dispositivo sobre el escritorio llamado “pantalla contra el sonido”, que produce un constante zumbido de sonido blanco.

“Es como una pequeña zona de protección”, explica Martin. “Mucho de lo que aquí ocurre podría ser sensible, pero también es un espacio privado, confidencial".

A continuación Martin llama a los padres de una niñita que ha estado participando en peleas. Martin les dice que la niña necesita ayuda y quiere que los padres le den permiso para registrarla en consejería de grupo.

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La escuela primaria de Oak Ridge es única dentro del Distrito Escolar Unificado de la Ciudad de Sacramento por lo que tiene en su recinto un Centro de Apoyo para Estudiantes al que se dedican dos profesionales. Hace varios años la instalación del Centro se hizo posible con millones de dólares de fondos federales. Sin embargo, ahora los fondos se están agotando.

Danielle Martin es una dos trabajadoras sociales en la escuela primaria Oak Ridge dedicadas a ayudar a los estudiantes a controlar el estrés y el trauma en sus tiernas vidas.
Danielle Martin es una dos trabajadoras sociales en la escuela primaria Oak Ridge dedicadas a ayudar a los estudiantes a controlar el estrés y el trauma en sus tiernas vidas. (Gabriel Salcedo/KQED)

Dentro de la nueva manera de distribuir fondos para las escuelas en California, Oak Ridge recibe $187.000 adicionales este año para los estudiantes en riesgo – pero no es suficiente para cubrir todos los profesionales ni los programas que ha ido añadiendo a través de los años.

El director de la escuela ahora intenta calcular cómo gastar aquellos fondos para surtir el mayor impacto.

Bethany Coburn, la otra trabajadora social en Oak Ridge, indica que contar con un espacio como el salón 30 es crítico para los estudiantes con altas necesidades por lo que les ayuda a ellos y a sus familias con todo – desde los desahucios hasta la violencia doméstica. Llegan hasta 70 estudiantes por semana al Centro para recibir servicios especiales.

“Los maestros deben abordar tanto”, comenta Coburn. “Nosotros podemos quitarles algo de esa presión, de esa carga, para que puedan dictar sus clases y enfocarse en lo académico”.

Coburn, quien también es la coordinadora del Centro de Apoyo para Estudiantes, explica que ella y Martin intentan no dejar que las preocupaciones sobre el presupuesto sean distracción de su labor, porque en cualquier momento puede surgir una crisis.

Hoy no es ninguna excepción.

Bethany Coburn, trabajadora social y coordinadora del Centro de Apoyo para Estudiantes en la escuela primaria Oak Ridge, prepara afiches con mensajes de inspiración creados por los estudiantes.
Bethany Coburn, trabajadora social y coordinadora del Centro de Apoyo para Estudiantes en la escuela primaria Oak Ridge, prepara afiches con mensajes de inspiración creados por los estudiantes. (Gabriel Salcedo/KQED)

Un niño de segundo grado recién llegado a la escuela llega al salón 30 porque dice que se va a lesionar a sí mismo. Martin se apresura a intervenir, sin querer sobrepasarse. Lo lleva a su cubículo y comienza una conversación informal con él, la cual llega a ser una serie de preguntas de evaluación del riesgo de suicidio.

“Me dijo la señorita Allison que estabas pensando tal vez herirte a ti mismo”, le dice Martin al muchacho.

Él confirma lo que dijo la señorita, y después le insta que no llame a sus padres porque dice que habrá consecuencias si se enteran que él se encuentra en problemas. Martin se esmera por calmar sus temores.

“Cuando llegan los chicos a verme, normalmente no es por estar metidos en problemas. Entonces, tú no estás metido en problemas conmigo”, responde Martin con simpatía.

El niño suspira hondo, aliviado. Treinta minutos más tarde, Martin y el estudiante emergen del cubículo, y el niño se sube a la cinta rotativa para desahogarse.

En este año escolar, el Centro de Apoyo para Estudiantes realizó cuatro evaluaciones de riesgo de suicidio para estudiantes en la escuela. A nivel del distrito, se han completado más de 50 evaluaciones.

Danielle Martin ayuda a un estudiante con la cinta rotativa en la escuela primara de Oak Ridge. La cinta se usa a diario para que los chicos alivien el estrés y vuelvan a enfocar sus energías.
Danielle Martin ayuda a un estudiante con la cinta rotativa en la escuela primara de Oak Ridge. La cinta se usa a diario para que los chicos alivien el estrés y vuelvan a enfocar sus energías. (Gabriel Salcedo/KQED)

Explican Coburn y Martin que están tratando a ayudar a los pequeñitos a entender sus emociones antes que se intensifiquen. Otra manera es mediante las sesiones semanales de consejería en grupo. El día de hoy, Coburn lleva a un pequeño grupo de estudiantes de primer grado al salón 30 durante la hora del almuerzo, los sienta en una mesa y lee un libro sobre los sentimientos mientras ellos disfrutan de trozos de manzana y galletas.

“¿Me pueden contar sobre un momento en el que se sintieron tristes?” pregunta Coburn.

“Me siento triste porque me enojo. Triste y enojada”, responde una de las chiquitas.

“A veces esos sentimientos se acompañan, y eso está bien”, le explica Coburn. “Lo importante es que aprendamos a manejar y a controlar esos sentimientos”.

Muchos padres dicen que agradecen lo que ocurre en el salón 30.

Amanda Hawkins se aparece en el salón para visitar rápidamente a su hijo, Mekhi, quien cursa sexto grado. Al comienzo del año, Mekhi no prestaba atención en clase, era respondón y golpeaba a otros niños. Ahora reacciona menos y tiene mayor enfoque.

“Me siento muy orgullosa de él por las decisiones que ha tomado”, comenta Hawkins. “Todo lo que quiero es que sea la persona que es".

Este año Oak Ridge terminó por usar parte de los fondos adicionales del estado para los gastos del salón 30 por el impacto que surte sobre los niños de altas necesidades. Pero el año entrante el dinero se destinará a otra posición. Por ende, Oak Ridge tendrá que valerse de otra vertiente de fondos federales para mantener en función el centro.

“Me parece que el trabajo que realizamos no necesita comentario”, afirma Coburn. “Servimos a tantos estudiantes, y yo creo que somos un bien de mucho valor dentro de la escuela y la comunidad. Me parece que sería una gran pena que desapareciera”.

Este informe es el tercero de Budgeting From the Blacktop/Manejando el presupuesto, una serie de cuatro partes de Ana Tintocalis, que analiza profundamente la escuela primaria de Oak Ridge Elementary en Sacramento.

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